viernes, 25 de marzo de 2016

Enlace - Shane Koyczan. To this day for the bullied (Al día de hoy, traducción)

Hace unos días os mencioné un vídeo que me pareció inspirador. Os vuelvo a poner el link a la conferencia de TED, con la traducción al castellano, por si más que verla queréis leerla. (Nota: es más impactante si se lee en inglés, para aquel que entienda)

http://www.ted.com/talks/shane_koyczan_to_this_day_for_the_bullied_and_beautiful.html?utm_campaign=&source=twitter&utm_source=t.co&awesm=on.ted.com_s7Iu&utm_medium=on.ted.com-twitter&utm_content=addthis-custom#.UU93ZDymUQt.twitter


AL DÍA DE HOY

Cuando era niño, escondía mi corazón en la cama porque mi mamá decía, «Si no eres cuidadoso, un día, alguien te lo romperá». Te lo digo yo. La cama no es un buen escondite. Lo sé porque he sido derribado tantas veces que me da vértigo defenderme por mí mismo. 

Pero eso es lo que nos dijeron. Defiéndete sólo. Y es duro hacerlo si no sabes quién eres. Esperamos definirnos a una edad temprana, y si no lo hicimos, otros lo hicieron por nosotros. Friki. Gordo. Puto. Marica. Y a la vez que nos estaban diciendo lo que éramos, nos preguntaban: “¿Qué quieres ser cuando seas mayor?”. 

Siempre pensé que era una pregunta improcedente. Supone que no podemos ser lo que ya somos. Éramos niños. Cuando era niños, quería ser hombre. Quería un plan de pensión, que me mantuviera suficientemente bien como para hacer dulce la vejez. Cuando era niño, quería afeitarme. Ahora – se ríe, haciendo alusión a su enorme barba –, no tanto. Cuando tenía ocho años, quería ser biólogo marino. Cuando tenía nueve, vi la película “Tiburón” y pensé: “No gracias”. Y cuando tenía diez, me dijeron que mis padres me abandonaron porque no me querían. Cuando tenía once, quería que me dejaran solo. Cuando tenía doce, quería morir. Cuando tenía trece, quería matar a un chico. Cuando tenía catorce, me pidieron que considerara seriamente una carrera. Dije «me gustaría ser escritor».  Y me dijeron: «elige algo realista». Entonces dije: «luchador profesional». Y me dijeron: «no seas estúpido». 

¿Ven? Me preguntaron qué quería ser, y entonces me dijeron qué no ser. Y yo no era el único. Se nos dice que de alguna manera debemos ser lo que no somos, sacrificar lo que somos para heredar la máscara de lo que seremos. Me dijeron que aceptara la identidad que otros me darían. Y me preguntaba: ¿qué hace mis sueños tan fáciles de desechar? Claramente, mis sueños son débiles, tímidos, porque son canadienses (broma de Canadienses). Mis sueños son autoconscientes y excesivamente cabizbajos. Están a solas en el baile de la secundaria, y nunca han sido besados. Verán, mis sueños también fueron calificados. Bobo, estúpido, imposible. Pero seguí soñando. Iba a ser un luchador. Lo tenía todo pensado. Iba a ser el Hombre Basura. Mi golpe final iba a ser El Compactador de Basura. Mi lema iba a ser: “¡estoy sacando la basura!”. Y entonces este tipo, Duke “Contenedor” Droese, robó todo mi número. Estaba aplastado, como por un compactador de basura. Y pensé: ¿y ahora qué? ¿Qué hago? ¿A qué acudo?

Poesía.  Como un bumerán, lo que adoraba regresó a mí. Una de las primeras líneas de poesía que recuerdo haber escrito fue en respuesta a un mundo que me exigía odiarme. De los 15 a los 18 años, me odié por convertirme en lo que detestaba: un abusón. Cuando tenía 19, escribí:

“Me amaré a pesar de mi dócil inclinación a lo contrario” (“I will love myself despite the ease with which I lean towards the opposite”)

Defenderse solo no implica adoptar la violencia. Cuando era niño, negociaba tareas escolares por amistad, luego les daba un pase (give them a late slip) por no llegar nunca a tiempo y en la mayoría de las veces ni eso. Me di un permiso para afrontar cada promesa rota. Y recuerdo ese plan, nacido de la frustración de un niño que llamaban “Yogi”, y luego señalaban mi barriga y decían: “Demasiadas cestas de picnic”. Resulta que no es tan difícil engañar a alguien, y un día antes de clase dije; “Sí, puedes copiar mi tarea”, y les di a todos las respuestas incorrectas que había escrito la noche anterior. Entregó su hoja esperando una puntuación casi perfecta y no podía creer cuando me miró al otro lado del aula y sostenía un cero. Yo sabía que no tenía que mostrar mi hoja de 28/30 , pero mi satisfacción fue completa cuando él me miró, desconcertado, y pensé: “más inteligente que el oso promedio, hijo de puta”.

Este soy yo. Así es como me defiendo. 

Cuando era un niño, solía pensar que las chuletas de cerdo y las chuletas de karate (karate chop) eran lo mismo. Pensé que las dos eran chuletas de cerdo. Y como mi abuela pensaba que era lindo, y como eran mis favoritos, me dejó seguir haciéndolo. No es una cosa importante. Un día, antes de que comprendiera que los niños gordos no están hechos para trepar. Me caí de un árbol y me magullé el lado derecho de mi cuerpo. Temí contarle a mi abuela que me había metido en problemas por jugar donde no debía. Unos días después, el profesor de gimnasia notó el hematoma y me envió a la oficina del Director. De ahí a otra habitación pequeña con una señora muy agradable que me hizo todo tipo de preguntas sobre mi vida en casa. No vi ninguna razón para mentir. Hasta donde me concernía, la vida era bastante buena, le dije. Cuando estoy triste, mi abuela me da chuletas de karate (haciendo referencia a las de cerdo, que llama incorrectamente). Esto llevó a una investigación profunda, y me sacaron de casa por tres días, hasta que finalmente decidieron preguntarme cómo me había hecho los moratones. Noticias de esta pequeña historia tonta se extendieron rápidamente por la escuela y gané mi primer apodo: “chuleta de cerdo” (porkchop). Al día de hoy, odio las chuletas de cerdo.

No soy el único niño que creció así, rodeado de gente que decía esa rima de los palos y las piedras, como si los huesos rotos dolieran más que los nombre con los que nos llamaban, y nos decían de todo. Así, crecimos creyendo que nadie se enamoraría de nosotros, que estaríamos solos por siempre, que nunca conoceríamos a alguien que nos hiciera sentir que el sol era algo hecho para nosotros en su taller. Cuerdas rotas del corazón sangraron nostalgia y tratamos de vaciarnos para no sentir nada. No me digan que duele menos que un hueso roto, que una vida encarnada es algo que los cirujanos pueden quitar, que no hay forma de que haga metástasis; lo hace.

Ella tenía 8 años. Nuestro primer día en tercero la llamaron fea. Ambos nos pasamos para atrás del salón y así paramos el bombardeo de bolas de papel. Pero los pasillos de la escuela eran un campo de batalla. Nos vimos superados día tras miserable día. Solíamos no salir a los recreos, porque afuera era peor. Afuera, había que echar a correr, o aprender a permanecer quietos como estatuas, para no dar ninguna pista de que estábamos allí. En quinto grado, grabaron un cartel al frente de su escritorio que decía: “cuidado con el perro”. Al día de hoy, a pesar de un esposo amoroso, no cree que sea hermosa debido a una marca de nacimiento que cubre un poco menos de la mitad de su rostro. Los niños solían decir: “parece como una respuesta incorrecta, que alguien intentó borrar pero que no pudo hacerlo”. Y nunca entenderá que ella está criando a dos niños cuya definición de belleza comienza con la palabra “mamá”, porque ven su corazón antes que su piel, porque ella siempre ha sido increíble.

Él, era una rama rota injertada en un árbol familiar diferente. Adoptado, no porque sus padres optaron por un destino diferente. Tenía tres años cuando se convirtió en una mezcla de una parte de abandono y dos de tragedia. Inició terapia en octavo grado, tenía una personalidad formada por exámenes y pastillas, su vida era cuesta arriba montañas, cuesta abajo, acantilados, cuatro quintos suicida, una pleamar de antidepresivos, y una adolescencia en que lo llamaban “Drogo”. Una parte por las pastillas, 99 por ciento por la crueldad. Intentó suicidarse en 10º grado cuando un niño que aún podía ir a casa de sus padres tuvo la osadía de decirle: “supéralo”. Como si la depresión fuera algo que se pudiera remediar con algo sacado de un kit de primeros auxilios. Hoy día, es un taco de dinamita encendido en ambos extremos, podría describirles con detalle la forma en que el cielo se curva en el momento anterior a su caída, y a pesar de un ejército de amigos que lo llaman una inspiración, sigue siendo una pieza de conversación entre personas que no pueden entender que a veces estar libre de drogas tiene menos que ver con adicción y más con cordura.

No fuimos los únicos niños que crecimos así. Al día de hoy, los niños todavía reciben apodos. Los clásicos: hola estúpido, hola imbécil. Parece que cada escuela cuenta con un arsenal de apodos que logra actualizarse cada año, y si un niño irrumpe en una escuela y nadie alrededor decide escuchar, ¿acaso se inmutan? Son solo ruido de fondo de una banda sonora atascada que repite cuando la gente dice cosas como: “los niños pueden ser crueles”. Todas las escuelas eran una carpa de circo, y la jerarquía iba de acróbatas a domadores de león, de payasos a feriantes, todas estas leguas por delante a las que iríamos. Fuimos raros, niños garra de langosta y señoras barbudas, extraños malabares de depresión y soledad, jugadores solitarios, girando la botella, tratando de besar las partes heridas de nosotros mismos y sanar, pero por la noche, mientras los demás dormían, seguíamos caminando por la cuerda floja. Era práctica, y sí, algunos de nosotros caímos.

Pero quiero decirles que todo esto son sólo escombros que quedan cuando por fin decidimos romper todas las cosas que pensamos solíamos ser, y si no ves algo hermoso en ti, busca un mejor espejo, mira un poco más cerca, mira un poco más, porque hay algo dentro de ti que te hizo seguir intentándolo a pesar de todos los que dijeron que abandonaras. Creaste una armadura alrededor de tu corazón roto y lo firmaste. Firmaste: “están equivocados”. Porque tal vez no perteneces a un grupo o a una pandilla. Tal vez fuiste el último que decidieron escoger para baloncesto o para todo. Tal vez solías traer moratones y dientes rotos, para presentar en clase, pero nunca lo dijiste, porque ¿cómo puedes mantenerte firme cuando todos a tu alrededor quieren enterrarte? Tienes que creer que estaban equivocados. Tienen que estar equivocados.

¿Cómo sino podríamos aún estar aquí?

Crecimos aprendiendo a animar a los desvalidos porque nos vemos en ellos. Somos tallo de una raíz sembrada en la creencia de que no somos lo que nos apodaron. No somos autos abandonados varados y atorados en alguna carretera, y si de alguna manera lo estamos, no se preocupen, solo salimos en busca de gasolina para repostar.

Somos graduados de la clase de “lo logramos”, no los ecos desvanecidos de voces clamando: “los apodos nunca me hieren”. Claro que lo hicieron. Pero nuestras vidas siempre continúan siendo un acto de equilibrio que tiene menos que ver con dolor y más que ver con la belleza.

domingo, 14 de febrero de 2016

Grito de ayuda

Era un recreo como otro cualquiera. La campana había sonado y la jauría de jóvenes había salido en estampida fuera de las aulas. Salvo ellas, como otros pocos, que por alguna razón preferían la tranquilidad del aula en vez del frío de la calle, para hablar de las cosas que por aquél entonces murmuraban las chavalas de quince años. Acogida por su grupo de amigas, como era de costumbre, ella también intentó participar en su charla, pero como solía ocurrir tantas veces, se sentía ajena a la conversación. Los temas a tratar no la instaban a aportar nada que sobresaliera sobre cualquier otro comentario en boca de las demás tertulianas, por lo que, como siempre, se relegó al puesto de oyente. Aguardó en el banquillo, esperando que llegara alguna oportunidad en la que pudiera intervenir y aportar algo a la charla. Pero el tiempo pasaba y, en vez de encontrar las fuerzas o la oportunidad de decir algo, terminó por perder el hilo de la plática y volvió a encontrarse, como ya era costumbre, sumida en sus propios pensamientos.

La embargó aquella extraña sensación que a aquellas alturas poco le quedaba por habituarse a ella. Se vio a sí misma, fuera de su cuerpo como el insecto que muda de piel, en aquella incómoda situación en la que pretendía integrarse pero en el cual no se encontraba cómoda. Veía su cuerpo, vacío de espíritu, reírse por la broma hecha por la amiga A, asentir ante el comentario jocoso de B y darle una palmadita de apoyo a C por alguna pena que hubiera acabado de compartir con sus amigas del alma. Se vio a sí misma, actuando como un robot, queriendo compartir una ilusión y unos sentimientos con otros humanos, cuando realmente era incapaz de sentir empatía. Sintió lástima por sí misma.

Este sentimiento, tan conocido, la hizo volver en sí. Se vio allí sentada, en aquella especie de círculo malogrado entre los pupitres, en cuya esquina, más alejada de las demás, se encontraba ella sentada. Repasó con la mirada a sus amigas y reparó en cómo ninguna le prestaba atención, tan absortas como estaban en su charla. En ese momento, fue consciente de que si se alejaba, ninguna la recriminaría. Así pues, con calma de no hacer ruido y cortarles el rollo, se incorporó y se acercó a la ventana.

Hacía sol, aunque aún hacía frío en la calle debido a que aún era febrero. Pero las bajas temperaturas no parecían importarles a los demás chavales, que felices parecían corriendo tras balones en el patio que quedaba al otro lado de las ventanas un poco empañadas por el cambio de temperatura. Apoyó la mano izquierda en el cristal, sintiendo el frío en su piel. Por fin algo que sentir, pensó. Observó el panorama del patio de recreo. Todos parecían tan felices… Tras ella, las estridentes risas de sus amigas la hicieron ver que ellas también se lo estaban pasando bien. Se sintió triste. ¿Por qué solo ella no conseguía sentir felicidad? Se giró, dando la espalda al cielo azulado, y observó a las cuatro chicas que tenía a escasos metros, que seguían a lo suyo sin reparar en ella.

¿Por qué sentía aquella distancia? ¿Por qué sentía que no pertenecía a aquel lugar? ¿Por qué su mente no le permitía obviar las preguntas y le ayudaba a pensar en cosas que decirles, en vez de atormentarla con esa idea de que ella no pertenecía a allí? ¿Por qué no podía ser normal, como todos los demás?

Tantas veces se había hecho esa pregunta… ¿Por qué no podía ser normal? ¿Por qué tenía que darle tantas vueltas a las cosas, por qué no podían gustarle los asuntos triviales de chicas: moda, novios, cotilleos, programas de televisión…? ¿Por qué no podía entender a sus amigas, por qué no tenía nada en común con ellas? Lo había intentado tanto, se había esforzado en encajar, habiendo creado esa crisálida que la había ayudado a hacerse un hueco en aquel grupo. Aquel “modo automático” conseguía hacer llevadero los días, pero al final de la jornada, cuando volvía a casa, se sentía cansada, desprovista de ánimos y de ilusión. ¿Por qué, sin embargo? Tenía un sitio, tenía amigas. No estaba sola. Y aún así, ¿por qué se sentía tan sola?

Igual que se había comenzado a acostumbrar a esa sensación de abandonar su cuerpo y observarse desde un tercer plano cómo actuaba como una marioneta, la inundaron las ganas de querer gritar desesperadamente, queriendo llamar la atención de aquellas que, aun siendo sus amigas, aquellas a las que tenía cerca, sentía tan alejadas de ella. La invadió la rabia, un fuego inmaterial que la abrasaba desde dentro, las ganas de querer destrozar todo cuanto tuviera a mano, con tal de dejar sacar todo lo que guardaba dentro, sus sentimientos, sus pensamientos… Su personalidad real.

Sin embargo, disfrazada por aquella careta falsa que se había obligado a llevar para encajar en aquel pequeño grupo que suponía el salvavidas en aquél mar de soledad y de amargura, nadie reparó en sus ojos vidriosos, las lágrimas ocultas tras un rostro impasible. Su grito silencioso fue igualmente ignorado por la algarabía que envolvía a las jóvenes saludables y normales.

Aunque la rabia aún la apremiaba a actuar, a gritar, a chillar, a dejarse oír, nada se atrevió a hacer, tan cobarde como era, tan amaestrada como estaba a agachar la cabeza y a no destacar, tan acostumbrada como estaba a no dejar que su mente hablara… Perdió la oportunidad, cuando finalmente el timbre de la reanudación de las clases sonó, dando fin a la batalla interna entre quien quería ser y se obligaba a ser por sentirse aceptada por la falsa sociedad.

viernes, 5 de febrero de 2016

Vivo a través de ti, vivo para ti

Vivo a través de ti. Siento, gracias a ti. Haces que se mueva mi mundo, que de otra forma, permanecería estático, como en pausa, en silencio... En su estado natural, mi vida pasaría a cámara lenta, la imagen sería en blanco y negro, predominando las sombras, y sería una película que no arrasaría en taquilla.

Vacía avanzaría mi vida. Habiendo perdido el rumbo de la vida, sumida en la oscuridad, por falta de motivación. Sin embargo, sólo tu presencia hace que tenga un sentido por el que luchar, querer darte alegría, querer ver cómo tú caminas, y me superas, y logras propósitos inimaginables para mí. Admiradora tuya, me siento halagada por poder estar aquí, en segundo plano, pudiendo darte palmaditas con las que alentarte a seguir luchando, pudiendo contribuir a tu crecimiento, pudiendo observar qué te deparará la vida. Esperando que todo te vaya bien, y que no llegues a sentir el vacío que yo albergo una vez deje de tenerte como mi lámpara mágica que alumbra en mi oscuridad.

Feliz me siento de tenerte. Y triste me vuelve el pensar en el día en el que partirás. Cuando finalmente vueles a alta altura, a la distancia en el que te haya perdido de vista, temo que vuelva el vacío, la oscuridad, el silencio. Miedo me da, vivir con mis pensamientos, con mis sentimientos, con mi soledad. Pero no quiero pensar, lo ignoro, el tiempo no llegará, me digo a mí misma. Siempre me necesitarás a tu lado, ¿verdad? Y cuando llegue el momento, no tendré que pasar por ese aro durante largo tiempo, porque la ley de vida dicta que tú seguirás cuando yo me haya marchado.

Conservando la esperanza, te lanzo una última mirada por hoy, pequeño mío. Y suspiro aliviada, o más bien, agradecida. Mañana será otro día, lleno de amor y de ilusión. Mamá está contigo.

martes, 19 de enero de 2016

Historias no tan lejos de la realidad

Todo comenzó con un malentendido. Extrañamente, toda buena historia parece creada con el mismo patrón. Nada de flechazos instantáneos, sino todo lo contrario. Protagonistas que se cruzan uno con el otro, y al menos una de las partes etiqueta como "molesto" o incluso "enemigo" al otro, cuando el susodicho, que no tiene más que intenciones pacíficas, es ajeno al pequeño demonio que lo empuja a lanzar un desafío en silencio.

En las historias, aquél que al principio guarda recelos, seguramente construidos debido a malas ocurrencias pasadas, traiciones, abandonos y soledad impuesta, comienza a ver que no había maldad en quien creía que se erigiría como su némesis, sino todo lo contrario, comienza a darse cuenta que pasar el rato es cómodo, entretenido y agradable. Quien al principio de la historia se mostraba como alguien frío, calculador y apático, ve cómo su corazón, que creía que estaba bañado en frío bronce, se ablanda y dentro de él prende una llama cálida y nunca antes visto.

Es curioso, la contraparte muchas veces parece no ser consciente de la evolución que está provocando. Es ajeno a sus encantos, o al contrario, siendo totalmente consciente de ellos, toma algo normal el cambio que produce en los demás, pero ignora su alcance. Da por hecho que chocar con otros tiene consecuencias, pero cree que serán pasajeras, y que a largo plazo, el río seguirá su cauce una vez establecida la nueva ruta por la que desembocará el fluir del agua.

En las historias, llega un punto en el que el protagonista jactancioso da un paso y desvela sus sentimientos, o al contrario, cuando hay alguna complicación, algún imprevisto que lo descoloca, sale por patas, queriendo alejar el objeto de su secreto deseo, no queriendo que la preciada estatua de bronce se resquebraje del todo. Ante todo, piensa, empujado por su antiguo instinto de supervivencia, él es quien debe protegerse. Y así, muchas veces en la historia, parece el fin. O simplemente, lo es.

¡Pero no! Por lo general nos tranquilizan con un giro de los acontecimientos. Fantasía, pensamos todos. Sí, así lo cree también el protagonista que daba la batalla como perdida. Sin embargo, a veces la realidad sorprende.

Aquí ya difieren las posibles alternativas. A veces, el protagonista toma una actitud madura y pacifista. Prefiere no estropear nada más allá de lo que pudiera ocurrir y se arma de paciencia budista y aguanta a pie de cañón. Se erige como defensor de una buena amistad y allí permanece, intentando conciliar sus sentimientos ocultos y el cariño que siente. Lealtad, será su lema, y blandirá el estandarte en cualquier batalla en el que se le requiera. El bronce será reforjado para convertirse en plata de ley.

Otra alternativa, más radical, y muchas veces depresiva, es que simplemente tire la toalla o se lancé a una pequeña depresión que se lleva ignorando llamadas, las amistades y engordando unos kilos de más comiendo helado que habitualmente suele ser de chocolate entre las mujeres, o litros de cerveza, ya bien sea rodeado de colegas en el bar o en la oscuridad depresiva de casa. Lo que sea con tal de saciar el vacío, que parece ser que está ligado con el estómago. Otros cogen al toro por los cuernos y se dicen que no, que todo lo contrario, ¡a cuidarse y a cambiar! Todo se arregla con un nuevo look, arreglado el exterior, el interior también (cosas de Personal Coaches, al parecer, es la moda  moderna). La perseverancia por lo general tiene su recompensa y puede que lleve a una nueva entrega con otro desenlace más agradable para el protagonista. O una visita al nutricionista por el colesterol en vena inyectado por las dosis de un dulce paliativo de la tristeza. En fin...

Pero la más aclamada por los telespectadores no es otra más que la mejor. La cabeza duda, el corazón persiste, y no se sabe si dar un paso adelante o tres para atrás. Cuando el protagonista que comenzó siendo beligerante está en esa lucha interna y está a punto de tirar la toalla, es sorprendido por las acciones de la contraparte.

Mensajes inesperados, confesiones de lo que eran ensoñaciones, bombones por San Valentín que nadie se esperaba, canciones cantadas por Mariachis bajo la ventana, un beso robado sin previo aviso... Una larga lista de posibles, con un mismo desenlace: no dejar que se escape.

No dejar que se escape. La oportunidad. La historia que se vuelve realidad.

Mil y una formas, mil y una versiones, mil y un desenlaces. Ninguna totalmente igual, pero diseñada bajo los mismos patrones, muchas veces creada con los mismos ingredientes. Pasión, cariño, atracción, interés, curiosidad, amor.

Se nos enseña a soñar. Se nos prefijan ideas en la cabeza, y de tanto escuchar las historias, de tanto leerlas, de tanto imaginarlas, queremos vivirlas nosotros también. Sin embargo, según las hojas de nuestra vida van pasando, y no llega el capítulo decisorio, nos desesperamos, creyendo que no será la historia que queríamos escribir ni leer. No queríamos la historia de misterio, ni novela policíaca, ni un manual de economía o ciencias políticas. Queríamos una historia agradable con su final feliz. Empecinados con ello, pedimos una extensión en el plazo de devolución del préstamo del libro.

Paciencia. Una buena historia requiere paciencia. El desenlace irá acorde a nuestras exigencias, a nuestras actuaciones, y llegará. No como lo habíamos imaginado, lo que será lo más divertido y más excitante, porque podrás vivirlo sin haberlo planeado. Y el desenlace... el tiempo dirá en qué deparará, pero si se conserva la perseverancia y se enfrenta a lo que tenga que venir con energía e ilusión... De seguro que no tiene que ser nada malo... Una realidad, nada envidiable a la historia ficticia...  




domingo, 17 de enero de 2016

Cobardía

Mi corazón late desesperadamente. Siento que el tiempo se ha congelado, pero curiosamente, mi corazón sigue bombeando sangre a toda pastilla. La razón es muy simple: lo tengo delante, observándome con esa cara de idiota con la que me mira cuando no me entiende. Y sin embargo, adoro esa expresión de estúpido que le deja.

Tengo ganas de suspirar, pero mi cuerpo no reacciona. Es como si ese rostro tuviera el mismo efecto que un botón de Pause y todo mi ser reaccionara ante ello. El aire queda atrapado en mis pulmones, queriendo salir, como esas palabras que se quedan aturulladas en mi garganta. Marcadas a fuego lento en mi mente y en mi corazón, con su nombre, pero que son incapaces de pronunciarse en voz alta. Tantas veces soñado el momento de escupirlas, pero incapaz de encontrar el momento propicio en el que dar el paso.

Cobarde como yo sola, sigo sintiéndome emocionada por esa sonrisa que me maravilla, me hace sentirme feliz, y tan especial, aunque nunca sabré si ese sentimiento es mutuo. No, hasta que finalmente levante las cartas de esta partida cuyo desenlace soy incapaz de predecir. ¿Algún día lanzaré mi apuesta y me arriesgaré a escuchar el veredicto?

Cobarde como yo sola, sigo en silencio, atontada por él y por ese rostro de idiota. Tan tonta, tan estúpida…

Tan enamorada.

miércoles, 6 de enero de 2016

Razones no faltan para ponerme a escribir. El problema radica en qué quieres plasmar, qué quieres contar. Qué es lo que te motiva para querer huir de la realidad y escudarte en las letras. Cuando estás atareado y no tienes tiempo ni para preguntarte qué haces con tus horas libres, porque no las tienes, no encuentras momento ni necesidad de evadirte del mundo. Bastante tienes con no perder el norte y seguir sabiendo en qué día vives. Sin embargo, alguien que ha tirado tanto de las palabras, que se relaja plasmando sus pensamientos, conscientes e inconscientes, en una hoja en blanco, llega un momento en el que siente la urgencia de escupir sus peroratas al primero que le sobre el tiempo para leerlas.

En qué he invertido mi tiempo y mis energías, me pregunto ahora, una madrugada en el que por fin me siento con ganas de ponerme a contarte algo una vez más. He disfrutado del buen tiempo, he trabajado cuanto he podido, me he relacionado con gente nueva, he extendido mis horizontes y he mejorado mi habilidad comunicativa en sociedad (dato importante en vistas a mi pasado como ser insociable), he comprobado que muchas veces, sin que seamos conscientes, podemos ser importantes e interesantes para los demás, aunque no seamos conscientes de ello.

En mi verano de aventuras personales, sin embargo, la imaginación no ha volado tanto como le hubiese gustado, ya que ha estado atareada en mil y una cosas que debía y quería hacer. La bruja de la imaginación se sentó en su banquillo a esperas de que le dieran un pequeño papel en el espectáculo, pero no había capital suficiente para darle unas frases más en el guión. Algún pequeño papel pudo interpretar durante una temporada, pero se cerró el grifo y ha tenido que aguardar demasiado, hasta el punto en el que a la llegada de la nueva temporada de teatro, se pregunta si su contrato se renovará y seguirá siendo parte del elenco protagonista. Los espectadores proclaman que vuelva, ya que es necesario para que el espectáculo siga siendo verosímil y entretenido. No sería lo mismo sin ella. Sin embargo, se merece un sacrificio especial para que todo sea perfecto. Aunque sabemos que la perfección no existe, es a lo que aspiramos todos, como personas enteras que conservan su espíritu íntegro.

Mi querida amante, mi vieja compañera de penurias y alegrías, te he abandonado. Me he dejado llevar por la algarabía y la acción y te dejé de lado. No he tenido tiempo de concentrarme en ti, solamente tuya, y ahora sé que no soy quién para reclamar tu afecto, pero ciertamente, ahora soy consciente de cuánto te he echado de menos.

Amantes de las letras, sí, vosotros me comprendéis. No porque tengáis historias que contar, es el ansia de necesitar expresar vuestras penas, vuestras rabias, vuestras alegrías y por qué no decirlo, vuestras locuras; todo ello nos empuja a seguir ligados a las palabras tecleadas una detrás de otra, tengan o no sentido. Por mucho tiempo, mi mente ha estado ausente, mi corazón se ha dividido, pero nuevamente, viendo el comienzo de una nueva temporada más, reclama que volvamos a ser una, me pide que la recupere y esta vez, no la deje escapar.

Vieja amiga de penurias, me vuelvo a sentar a tu lado, tomo tu mano y te suplico que me perdones. Vuelve a mí, sé mi parche que cure mis heridas y me ayude a mantener el corazón completo. Volvamos a volar, a imaginar y a dibujar juntas. Da igual qué sea lo que salga de nuestro tiempo invertido, la cosa es el viaje, no la meta en sí.


martes, 5 de enero de 2016

Condicionamiento humano, grilletes para el débil

Cuán hipócrita somos las personas.

Pretendemos hacernos creer lo contrario, pero así es, señores, la falsedad está en el orden del día, nos lo enmascaran con palabras bonitas y actos de engaño que como la misma palabra indica, ocultados quedan al ojo humano. Lo más gracioso, sin embargo, es lo ilusos que somos y alegamos no darnos cuenta. ¿Debido a qué? Al condicionamiento al que hemos sido sometidos durante años, gracias al cual se nos queda grabada inconscientemente en nuestra mente, así hay que tomarlo y no hacerle frente.

Dirás, sí, el mundo es cruel, la gente es mala, blablabla.  Generalizamos la situación, alienándola de nuestro propio círculo interno, el enemigo es el de fuera, pero pasamos por alto que en nuestro pequeño terreno cercado de relaciones del día a día, no hay excepciones que cumplan la regla. Y si los hay, tranquilo, que la sociedad señalará a tal persona con su dedo discriminatorio condicinándote a que pienses que es un/una radical, una persona triste y amargada, y como dicta lo que dice la mayoría, ¡cuidado!, ¡aléjense del enemigo!

¡Frena, colega, que te desvías del tema! Curiosamente, he aquí otro sometimiento de la mente humana, esta vez, una vía escapatoria habitualmente creada por uno mismo. La cobardía, o incapacidad de saber cómo enfrentarnos a una situación que no queremos batallar, nos lleva, a los supeditados, a buscar una forma de huir de una situación incómoda: eludir el tema y enfocarnos en alguna otra cosa. Total, somos pacifistas, ¿para qué darle vueltas a un asunto que no va a llevarnos a ninguna parte? Sabemos que tenemos razón, ¿por qué esforzarnos en imponérselas a otros? Pero... ¿es eso cierto? ¿Somos unos hippies que sólo buscamos la armonía, o somos víctimas de un comedero de tarro de quienes nos han implantado la creencia de que mejor no plantar cara a quien nos ha acostumbrado a que siempre deberá tener razón?

¿Aún te suena raro lo que te digo? No es de extrañar, tal vez esto no son más que paparruchadas surgidas a raíz de un momento exacto, una oportunidad que se me escapó de las manos de plantar cara a quién tenía su propia versión de los hechos, egoísta según mi creencia, normal para ella. Total, hay que echarlo todo, no guardarlo dentro, es lema común, pero dicho eslogan no contempla la contrapartida que la sinceridad como buena arma de doble filo, hace daño a quién va dirigido. Mi punto no radica tanto en sobre quién tenía razón o no, cada cuál tiene los mismos derechos que el otro en pensar lo que le venga en gana. Quiero llegar a lo siguiente. El convencimiento de tener razón, que tanta fuerza tenía al principio ya que contabas con argumentos de peso que te respaldaban en tu veredicto, se ve perturbado por una sensación que tu mente tiene gravada. ¿Y si estoy actuando mal?, germina la duda que se va extendiendo por cada recoveco de tu ser. ¿Y sí...?

Entonces, todo tu castillo de naipes tiembla, sacudido por un soplo de viento. Es ese "y sí" el que te hace dudar de tus argumentos sólidos, llevado por ese condicionamiento practicado en ti desde hace muchos años de relación con tal persona, la creencia de que tú eres culpable, tú eres quien actuó mal, porque el otro, como buena persona que es, siempre tiene razón. Así que, el enfado que sentías contra tu opositor ideológico se torna en duda y finalmente en remordimiento. Y te autoconvences de que efectivamente, tal vez tú hayas obrado mal. ¿Por qué debería alguien cercano a ti, tan bueno como es, querer buscar un enfrentamiento si no tuviera él razón? ¿Por qué iba el perro a cuestionar a Pavlov?

Unos son sometidos a la voluntad de otros, se nos condiciona a pensar que al final, el error está en nosotros, no en el resto. El grande se come al chico, al valiente que dice las cosas hay que alabarlo, al que se guarda secretos porque no le gusta compartir sus ideas, es un cobarde y un raro, quien no actúa como dicta el mundo, ¡a la hoguera con él!

Hablamos de comunidad, de respeto y de igualdad. Todos somos iguales, todos tenemos opiniones que valen lo mismo, todos tenemos libertad de expresión. ¡A sí, pero cuando lo que opinas, dices, haces, va en contra de lo que el fuerte impone, se le tacha de normal y se le etiqueta como insurrecto! Vivimos condicionados por personas que no actúan por interés científico, sino político, que juegan con nosotros por puro egocentrismo. Palabras bonitas. Actos que pretenden ganar tu confianza, para luego después poder jugar con tu mente, domesticarte para que no levantes la voz, agaches la cabeza, cumpliendo como dicta la categoría a la que se te ha impuesto a la que pertenezcas. Un condicionamiento de premios y de descargas de soledad si no cumples con lo que debes.

¡Viva la hipocresía!